Las clases
comenzaron y a pesar de mis logros físicos, se hallaba intacto mi rol de
marginada. Un cartel en mi frente o la sonrisa nerviosa de la pobre desgraciada
actuaban como imán para las harpías de segundo año. Seguía siendo la gorda
inmaculada, la tonta que siempre estaba para la hora de necesitarla.
Cada martes sabrán más. Los martes me transformaron. Y así esperarán al martes. Como yo lo esperaba. Una historia de amor, de hambre, de padres e hijos, de vida y de muerte, de resurrecciones. La historia del final de Ana.
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