Me puse de
peor humor, pero mágicamente experimenté un cambio. Había encontrado una luz en
medio de la oscuridad. Había descubierto una causa para levantarme cada mañana
de la cama. Ahora tenía un motivo para querer estar viva e ir a ese colegio
nefasto, aunque enseñaran Catequesis y yo fuera atea, aunque mi mamá fuera
obesa y mi papá la hubiera reemplazado por una escuálida, aunque las harpías me
ignoraran y sólo me usaran por pura conveniencia, aunque mi única compañía
fuera la literatura y aunque las dietas no me dieran demasiado resultado. Tenía
una meta, un objetivo, un deseo: ser amiga de Ana.
Cada martes sabrán más. Los martes me transformaron. Y así esperarán al martes. Como yo lo esperaba. Una historia de amor, de hambre, de padres e hijos, de vida y de muerte, de resurrecciones. La historia del final de Ana.
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