El primer año del secundario pasé casi inadvertida. Fui una buena alumna y una buena compañera. La gordita buenaza que servía para explicarte lo que no habías entendido en clase, por haber estado planeando la salida del fin de semana. Yo no salía los fines de semana. Nunca había pisado un boliche y además de que nadie me invitaba, el solo hecho de pensar en el momento previo donde te probás la ropa y la intercambiás con la de tus amigas, me generaba pánico. No podía cambiar la ropa con nadie, a no ser con las nuevas crías de orangutanes del zoológico.
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