Las clases
comenzaron y a pesar de mis logros físicos, se hallaba intacto mi rol de
marginada. Un cartel en mi frente o la sonrisa nerviosa de la pobre desgraciada
actuaban como imán para las harpías de segundo año. Seguía siendo la gorda
inmaculada, la tonta que siempre estaba para la hora de necesitarla.
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